Recuerdan a Miguel Covarrubias tras seis décadas de su partida


Miguel Covarrubias

Incursionó en múltiples ramas del arte; totalmente autodidacta

  • Pintor, caricaturista, diseñador teatral, muralista y museógrafo.
  • Se desenvolvió en el círculo de los grandes artistas de México.
  • Una sala del Centro Cultural Universitario lleva su nombre.

El Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL) recordó el pasado lunes el 62 aniversario luctuoso del pintor, caricaturista y diseñador teatral Miguel Covarrubias, quien además se desempeñó como investigador de antropología y etnología, muralista y museógrafo.

Covarrubias, quien falleció el 4 de febrero de 1957, es conocido como «El Chamaco» y a diferencia de otros artistas e investigadores tuvo una formación autodidacta.

Pintor, ilustrador y diseñador de decorados teatrales. En la adolescencia su precocidad lo acercó al medio artístico, y, con la timidez que refieren sus coetáneos, frecuentó el círculo de Diego Rivera, el Doctor Atl, Roberto Montenegro, David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco, Manuel Rodríguez Lozano y Adolfo Best Maugard. Desde 1919 optó por el oficio de caricaturista, la primera de sus habilidades de las que se tiene noticia detallada. Covarrubias era, por antonomasia, el Chamaco, el jovencito que prodigaba caricaturas de artistas y figuras del espectáculo, el que se educaba en la ronda de conversaciones con los pintores y escritores, y en la frecuentación de los «museos» en que para él se convirtieron los negocios de anticuarios y los estudios de pintores. Allí la observación y el trabajo incesante formalizaron su educación informal.

Banca de pueblo, obra realizada por el artista en 1935

INCURSIONA EN LA URBE DE HIERRO

En 1924 Covarrubias viajó a Nueva York, y allí el poeta José Juan Tablada lo ayudó a conseguir un empleo en el consulado de México y a trabajar en varias revistas. Antes de conocer al Who’s Who de Nueva York, el joven Covarrubias frecuenta a Rufino Tamayo, Carlos Mérida y Carlos Chávez, y comparte un departamento con Best Maugard. Lo ya apuntado en México -el brío y la sutileza para localizar los rasgos esenciales de los personajes- se desarrolla en Nueva York magníficamente. Covarrubias intensifica su conocimiento del arte contemporáneo, y ya no tiene dudas sobre uno de sus géneros específicos, el retrato «de elogio satírico» por así decirlo, donde combina la certeza en la significación del retratado o la retratada con el humor que lo caracteriza.

Miguel Covarrubias usó de la reproducción fidedigna o de la distorsión amable de las actitudes y las facciones y, siempre con ánimo amable o cortés, relacionó el dibujo con la imagen pública o con las características más apreciadas de la obra de su objeto o sujeto. Buscaba incorporar al manejo del rostro, la corporalidad y el vestuario algo del estilo de la persona, al tanto de que la fama es la segunda o primera piel. A él no le interesaba la crueldad dibujística, y sólo en los casos extremos (Hitler, Benito Mussolini, Francisco Franco) añadió el juicio moral, expresado a través de la constancia de los crímenes.

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SU TRABAJO EN VANITY FAIR

El escritor y fotógrafo Carl Van Vechten, un promotor del Harlem Renaissance y de los artistas negros (desde Paul Robeson hasta las cantantes de blues), se hizo amigo de Covarrubias, lo llevó a las reuniones y las fiestas de Harlem, a los cabarets y al Apollo Theater, y lo recomendó en Vanity Fair, la publicación dedicada a imponer y ser la moda. En Vanity Fair, Covarrubias inicia series famosísimas, como Los diálogos imposibles (entre Shakespeare y la Metro Goldwyn Mayer, entre Haile Selassie y el boxeador Joe Louis, entre Stalin y la modista Schiaparelli), y en las caricaturas que antologa en su primer libro The Prince of Wales and other famous americans (1925) participa con alborozo de una tendencia de la época: el culto a las celebridades, las figuras «que nunca serán como uno», el poder de la notoriedad que emerge al abrigo de Hollywood, Broadway, el mundo deportivo y la necesidad social de un paisaje que hoy llamaríamos «icónico».

Sala Miguel Covarrubias en el Centro Cultural Universitario

CARICATURAS EN VOGUE

En Vanity Fair y en Vogue, el artista acude a la sátira y a la parodia, que domina como nadie, y sus caricaturas perduran. Aunque la mayoría de sus retratados ya sean nombres borrosos, en la década de 1920 el anonimato se consigue al no ser caricaturizado por Covarrubias. Como suele suceder, estos dibujos se incorporan en definitiva al rostro público del elegido, trátese de Stravinsky, del director de orquesta Leopold Stokowski, de Picasso o de John D. Rockefeller, entonces el industrial y banquero por autonomasia.

Realizó portada para Vanity Fair en 1936

SORPRENDE SU OBRA

En su serie sobre la vida de los negros norteamericanos en Harlem y el Deep South, Miguel Covarrubias eleva el costumbrismo a su nivel más alto, y de hecho lo transforma. Es costumbrista porque capta y describe lo que sucede en los ghettos y porque el hacerlo fija y hace muy visibles los comportamientos y su espontaneidad, y esta precisión sorprende incluso y en primer lugar a los protagonistas.

Indígenas mexicanos, obra de Covarrubias

Su ritmo de aprendizaje era mucho más intenso y libre, algo que no hallaba al interior de una escuela; sentía curiosidad por todo el mundo cultural, al grado de dar un gran impulso a la experimentación y creatividad dancística, cuando fue funcionario del INBAL.

En esta última faceta de su vida, fue el principal impulsor de artistas como José Limón y Guillermo Arriaga (autor de la coreografía «Zapata»), quienes hasta la fecha son dos de las figuras más importantes dentro de la danza mexicana; además de que diseñó vestuarios y escenografías para esta disciplina.

Río de Tehuantepec, obra de Miguel Covarrubias

ELENA PONIATOWSKA

La escritora Elena Poniatowska, quien lo entrevistó varias veces, considera mediante un comunicado que Miguel Covarrubias «fue, posiblemente, el mejor caricaturista que ha dado México». Los trabajos del artista mexicano fueron publicados en periódicos nacionales e internacionales.

Sus aportaciones fueron vastas y diversas, abarcando distintas artes y áreas de investigación, como la que realizó en «La Isla de Bali», obra que nació de la inspiración de uno de sus múltiples viajes y donde plasma su interés por la etnología y arqueología.

Como admirador, exponente y amante del arte y la cultura, siempre estuvo rodeado de distintas personalidades como Diego Rivera, Roberto Montenegro, Adolfo Best Maugard, David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco y Manuel Rodríguez Lozano, entre otros.

El joven creador