Las Muertas de Juárez, punto de quiebre de la subcultura del machismo


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El concepto feminicidio, como tal, tuvo su origen por las muertas de Ciudad Juárez (aproximadamente mil en veinte años), donde en mayo de 1993 fue secuestrada Gladys Janeth Fierro, de 12 años de edad, que fue violada y estrangulada.

A partir de ese momento, las muertas de Juárez, aparecieron sistemáticamente y al mismo tiempo la corrupción y la impunidad se empoderaron de todos y cada uno de esos crímenes.

Así, Ciudad Juárez, Chihuahua, apareció en la escena internacional y, en consecuencia, la Corte Interamericana de Derechos Humanos, responsabilizó al Estado Mexicano de estos hechos. Fue, por estos casos, que por primera vez se haya utilizado la palabra feminicidio para calificar los crímenes en contra de mujeres.

De Las Muertas de Juárez, pocos se atrevieron a denunciarlo en nuestro país. Sin embargo, desde el exterior, se dejaron escuchar numerosas denuncias por todos estos casos. Los sonidos del silencio en los tres niveles de gobierno se dejaron escuchar, de ahí que la exigencia de justicia por estos femicidios, no tuvieron eco.

Es innegable que, Las Muertas de Juárez, al mismo tiempo que se convirtió en una bandera feminista para acabar con el machismo que trae consigo, principalmente, la violencia de género las más de mil víctimas de El Paso de Norte, fue el punto de quiebre en el que las mujeres de México exigen, demandan y piden que en nuestro país no haya “ni una más” y “ni una menos”.

La subcultura del machismo es ancestral y es más macho quien maltrata peor a una mujer y con ello demostrar que pertenece a ese mundo irreal, de fantasía e irracionalidad que es de los machos.

En todo este contexto y aprovechando la coyuntura político-gubernamental, la irracionalidad de algunos sectores de nuestra sociedad, culpan a un régimen de gobierno a sabiendas que el feminicida carece de bandera política, que fue y son producto de familias disfuncionales ubicadas en todos los estratos sociales.

No es momento de intentar prender la hoguera, sacar los tambores de guerra, romper lanzas e irse contra el gobierno establecido, hacerlo sería una cobardía, un oportunismo y una de esas acciones que solamente fascistas y retrógradas pueden realizar.

Hoy, pues, las mujeres de México, las auténticas organizadoras de la marcha del 8 de noviembre, tienen la palabra para hacer de su movimiento al real que desde muchos años anhelan, es decir, convertirse en una fuerza real, sin colores partidistas, que puedan desvirtuar esta lucha nacida del acoso, del abuso, de la violencia y de las muertes que se han venido registrando en México.

Estamos en el umbral del grito: ¡Basta!

Expresión que traen ahogado en le pecho que les ha provocado frustración y desesperanza.

La vida es una lucha constante en la que muchas veces se cae, pero las caídas son para aprender a levantarse.