Flores Magón, o la parábola de lo (im)posible


Ricardo Flores Magón

Pedro Salmerón Sanginés/La Jornada

El 24 de mayo de 1911, apenas tres días después de que el gobierno de Porfirio Díaz aceptó su derrota ante la insurrección maderista, la junta organizadora del Partido Liberal Mexicano (PLM), encabezada por Ricardo Flores Magón, publicó un manifiesto en que llamaba traidor a Madero y los jefes antirreleccionistas, y excitaba a los revolucionarios a seguir la lucha bajo las banderas del PLM, auténtico defensor de los intereses del pueblo: No conspiréis contra vosotros mismos. Deshaceos de vuestros jefes de cualquier manera y enarbolad la bandera roja de vuestra clase inscribiendo en ella el lema de los liberales: Tierra y Libertad.

En el más reciente estudio sobre Ricardo y el magonismo (Claudio Lomnitz, El regreso del camarada Ricardo, Ediciones Era, 2016) se detallan las etapas de esa ruptura. Ruptura, porque Madero y muchos de los fundadores del Partido Nacional Antirreleccionista (PNA) habían sido militantes o simpatizantes del PLM y en un principio, Ricardo pen­só en la posibilidad de una de alianza táctica con el maderismo, que se mantuvo al principio de la lucha armada contra Díaz.

Esteban Baca Calderón

Siguiendo a Lomnitz, la ruptura empezó cuando Ricardo intentó es­tablecer una política de separados, pero iguales frente al rápido crecimiento del antirreleccionismo. Algunos de los fundadores del PLM se sumaban al nuevo movimiento (como Antonio Díaz Soto y Gama o Paulino Martínez) y en muchas regiones, los dirigentes del PLM tenían que negociar con los clubes maderistas y mantenerse en segundo plano. Madero buscó a Ricardo, incluso le ofreció la candidatura a la vicepresidencia, pero Ricardo rechazó toda participación con un gobierno encabezado por Madero.

Durante la lucha armada, Madero, por lógica militar, intentó subordinar a los magonistas a los mandos maderistas. Cuando no lo logró, ordenó desarmarlos y arrestar a sus jefes (encargo que se dio al coronel Francisco Villa). Para en­tonces, otros connotados líderes del PLM habían decidido sumarse de manera abierta al maderismo, como Antonio I. Villarreal y Lázaro Gutiérrez de Lara.

Porfirio DIíaz Mori

Villarreal, el más antiguo miembro de la junta organizadora del PLM después de Ricardo, llevaría a las filas maderistas a varios dirigentes y cientos, quizá miles de militantes. Ricardo lo acusó de traidor (y cosas peores) con virulencia. La postura de Villarreal se resume así: había en México una revolución en marcha; una revolución real, y había que sumarse a ella.

Francisco I. Madero

Tras el triunfo de Madero, que sacó de la cárcel a los presos políticos, otros magonistas se sumaron a la revolución real, entre los que destacaban los dirigentes de la huelga de Cananea, Manuel M. Diéguez y Esteban Baca Calderón. Como Ricardo criticó a Madero con virulencia desde febrero de 1911, cuando aún no caía Díaz, numerosos maderistas lo acusaron de ser partidario de Díaz o incluso, de recibir dinero del gobierno. Para muchos de estos maderistas (e incluso, ex dirigentes del PLM, como Manuel Sarabia), Ricardo se guiaba por pasiones personales como la envidia y el rencor.

Manuel M. Dieguez

Antes de la ruptura definitiva, Madero volvió a buscar a Ricardo. Los mensajeros fueron Jesús Flores Magón (hermano mayor de Ricardo y fundador del PLM, que sería subsecretario de Gobernación en el gobierno de Madero) y Juan Sarabia (uno de los fundadores del PLM y amigo entrañable al que Ricardo tenía años sin ver). Ricardo rechazó el acercamiento. Lo que siguió el manifiesto del 24 de mayo y la inmediata prisión de Ricardo y sus amigos a petición del gobierno mexicano. La ruptura definitiva, dice Lomnitz, “colocó al PLM en una posición excéntrica en relación con el movimiento revolucionario… Después de la ruptura… pasó del corazón de la revolución a sus márgenes”.

Lázaro Gutiérrez de Lara

En el manifiesto del 24 de mayo se apunta algo que en documentos posteriores quedaría perfectamente claro: para Ricardo y su cada vez más reducido y aislado grupo, la revolución debía destruir el Estado y la propiedad privada (es decir, los pilares del sistema capitalista), o no era revolución. Esa revolución no sucedió y Ricardo y sus compañeros se quedaron fuera de la que sí ocurrió. Y mientras ellos soñaban con lo imposible (es decir: lo que no fue posible en ese momento histórico), los demás hicieron una revolución. Muchos cuadros y dirigentes magonistas fueron actores protagónicos de la destrucción de la dictadura y sus instituciones; de la abolición del peonaje por deudas y el trabajo (auténticamente) esclavo; de los formidables experimentos de revolución social del villismo y el zapatismo; de la redacción de los postulados sociales de la Constitución, que permitieron destruir el latifundio y el régimen oligárquico; del renacimiento cultural de México…

Para algunos, ofendidos por los virulentos ataques de Ricardo, el magonismo se convirtió en parte del enemigo. Para otros, quizá los mejores, Ricardo era un precursor imprescindible, aunque eligiera su aislamiento voluntario y rechazara lo posible.