A la mitad del foro: Norberto Bobbio en México


Norberto Bobbio

León García Soler

 No es mal congénito de la democracia el que padece la nuestra a veinte años del vuelco que trajo consigo el Sufragio Efectivo y el efímero sistema plural de partidos. Y ahora topamos con la violencia criminal y la impunidad que se nutren del desmantelamiento de las instituciones del Estado moderno mexicano que nos dio la Revolución. El resto son otras cuentas y otros cuentos. Y ante la incoherencia y el desgobierno, el matrimonio contra natura de la República Laica, la amenaza a la separación de Iglesia y Estado, el brote de linchamientos entre debates bizantinos sobre la seguridad pública y la creación  de una Guardia Nacional -fuerza armada bajo el mando de la secretaria de la Defensa-, son sometidas las instituciones y organismos del Estado, autónomos en el lenguaje formal. Todo esto, con al envilecimiento del lenguaje que siguió al discurso banal y el desprecio por lo parlamentario, con legisladores en tomas de tribuna y el uso de pancartas de mitin callejero.

Jesús Silva Herzog

Vale la pena recordar aquí y ahora la obra de Norberto Bobbio que con tantos otros supo exponer lo que es y debe ser la democracia. Y prevenir sobre el caos anarquizante que amenaza seguir al desmantelamiento de instituciones y conducirnos al vacío.)

En la fase terminal del priato tardío revivieron los impulsos libertarios de la generación del 68. Tan ajena a la disputa entre los que Luis Cabrera llamó únicos partidos habidos a lo largo de nuestra historia: el del progreso y el conservador. Tlaltelolco revivió los ritos sangrientos de nuestra historia, del choque de culturas, de la violenta confrontación de razas, castas y clases sociales en vías de fundirse en la Insurgencia, de hacerse Nación en la Reforma juarista y la Restauración de la República, y por último, constituir el Estado moderno mexicano con el vigor de la Revolución que, nos enseñaría Friedrich Katz, resultó ser la única de las grandes revoluciones del siglo XX que al fin del milenio formaba parte integral de la identidad nacional, no sólo del imaginario colectivo.

Gustavo Díaz Ordaz

La matanza de Tlatelolco demostró que la estabilidad de la que hacían gala los autollamados herederos de la Revolución, era el coma que precede a la agonía. Y la ceguera del diazordacismo, los efectos brutales de un resentimiento como el que Gregorio Marañón trazó magistralmente en  su biografía de Tiberio, metieron a México al callejón sin salida de la Guerra Fría. La complicidad con Foggy Bottom de Bucareli y de Los Pinos, el recelo del autoritarismo ante la Utopía redescubierta por la aventura cubana, acabaron por borrar la tradicional no intervención y las virtudes de la doctrina Estrada: La violencia descompuso el “sonar” que decía Díaz Ordaz lo mantenía sin desviarse a la izquierda ni a la derecha. Y estalló la guerrilla, empezó el largo sacrificio, sangriento y estéril de varias generaciones.

Daniel Cossio Villegas

Ahí concluyó el debate académico, histórico, de actores y observadores coetáneos del proceso revolucionario, que anticipaban y anunciaban la muerte de la Revolución Mexicana. Desde la visión social y nacionalista de Jesús Silva Herzog hasta la aguda disección de Daniel Cosío Villegas, desde la antigua Casa de España y la metodología de Norteamérica que sirvió de ariete a sus adversarios al incursionar en la prensa escrita. Luis Echeverría sobrevivió a la guerrilla y no a su propia obsesión con la apertura que borrara su accionar y sus culpas como auténtico ministro del interior de Gustavo Díaz Ordaz. Anticomunista convencido, uno de sus primeros actos de gobierno fue expulsar del país a colaboradores de la embajada soviética. Después vendría la leva de jóvenes y de intelectuales alineados en el nacionalismo, con la debida inclinación a la izquierda.

Luis Echeverría Álvarez

Y el momento culminante del salvamento de los chilenos perseguidos por el golpismo pinochetista y asilados en la embajada mexicana por Gonzalo Martínez Corbalá. Y la dura reacción de la derecha mexicana, de los dueños del dinero, los del poderío económico y el resentimiento anticardenista, los que encendieron hogueras con los libros de texto gratuito, los conspiradores del almazanismo, “encapuchados de Chipinque” los llamó Echeverría. La grieta en el muro, escribirían las plumas panistas, herederas del sinarquismo y de los Cristeros. En el imperio de la confusión, con las guerrillas en la montaña y los capitalistas confrontados, el sexenio concluiría en el matrimonio antinatura de la concesión a los banqueros y la advertencia atribuida a Carlos Fuentes. “Echeverría o el fascismo.”

Mijail Gorbachov

La montaña parió un ratoncito. El presidencialismo ilustrado y sus cinco años y once meses de gobernar con los dueños del dinero; con elegante retórica para proclamar la urgencia de gobernar para los pobres y acabar por pedir lacrimoso perdón por no haber podido cumplirles. José López Portillo se declaró “el último Presidente de la Revolución”. Después de él, el diluvio; el desplome, la quiebra de una economía que apostó todo al precio del barril de petróleo y contrajo miles de millones de dólares de deuda a corto plazo, en el inútil afán de lograr un crecimiento del PIB del 7% en ese último año. De ahí en adelante, las reformas de la urgencia de Miguel de la Madrid; base jurídica para el liberalismo a ultranza y la desesperanzadora tarea de impedir que “el país se (le) desbaratara entre las manos.

Enrico Berlinguer

Pero México no era, nunca fue, una isla. Los sismos del 68 sacudieron a los Estados Unidos de América y a México. Se extendieron a toda la América nuestra, en rebeldía contra el poder constituido, desde la izquierda, contra la derecha, bajo el influjo antillano. Pero hubo la Primavera de Praga. Y la rebeldía contra el poder constituido no tuvo fuente y origen en las ideologías de la izquierda. “El comunismo histórico”, del que escribiría Norberto Bobbio en la formidable compilación conducida por Robert Blackburn, “Después de la caída. El fracaso del comunismo y el futuro del socialismo”, vivía las últimas horas de la gerontocracia; Enrico Berlinguer había elaborado las bases ideológicas del Eurocomunismo, ensayado el rescate del comunismo con rostro humano del derrotado y humillado Dubcek. Y llegarían el Glasnost y la Perstroika, la proeza de Gorbachov, quien “perdió el poder y ganó la Historia”, en la justiciera, notable, definición de Francois Mitterrand.

México no es una isla. Jesús Reyes Heroles vio la tempestad y lejos de atarse al mástil, escuchó el canto de las sirenas: En pleno presidencialismo ilustrado, evocó, invocó a Mirabeau, a los enciclopedistas; sobre todo, a la generación de la Reforma, la nuestra, la de Juárez y Lerdo y Ocampo, la de Ignacio Ramírez, el Nigromante, la del voto particular de Ponciano Arriaga. Al liberalismo mexicano, distinto, propio, con un sentido social que lo hace “hilo conductor” de la Reforma a la Revolución que en 1917 incorporó los derechos sociales a los derechos individuales de la de 1857. Lejos de escribir un epitafio, Reyes Heroles, propuso la reforma del Estado. Y la puso en marcha. En Acapulco, Guerrero, pronunciaría un discurso notable, condena y despedida de un régimen que había perdido el rumbo y perdía la Historia.

Ernesto Zedillo

Ahí habló de poliarquía, del sino fatal de aquellos que pretenden “gobernar para todos y acaban por gobernar para nadie”, por no gobernar. En esos tiempos de fin de régimen, de nostalgias desbordadas y simulaciones descaradas, del desmoronamiento del presidencialismo mexicano, del cesarismo sexenal, Reyes Heroles lograría sembrar la semilla del cambio; el auténtico cambio del sistema, sin devaneos en torno a la dualidad de “la democracia real y la democracia formal”, sin aceptar el edulcorado infantilismo de la democracia sin adjetivos. Desde el poder, convocó a incorporarse a la vía legal a la izquierda guerrillerista, presa de su pasión libertaria y de sus propias obsesiones con el fantasma de una dictadura que se propusiera imponer la equidad a nombre del pueblo. Abrió las puertas de la legalidad, del proceso electoral a cambio del adiós a las armas. Y se abrieron las anchas alamedas.

Se abrió paso la razón. Se impuso el valor de la palabra. Llegaron a México las obras de Norberto Bobbio. Y vino Michelangelo Bovero, discipulo del maestro de la escuela de Turin; maestro el mismo Michelangelo del arte de la vida, del diálogo en la sobremesa, con la misma profunda sobriedad y denso contenido que el de un foro académico, o de una asamblea política, obrera, campesina o estudiantil. Y la reforma de Estado tuvo rumbo, supo instaurar un sistema plural de partidos y llevar estos al texto constitucional que los declaró entidades de interés público.

Carlos Fuentes.

La locura del vuelco finisecular, el estancamiento de la reforma del Estado bajo el conjuro de la inmediatez electoral; de la urgencia de cambiar lámparas viejas por nuevas, de enviar al autoritarismo presidencial al basurero de la historia; sobre todo, ceder al impulso reaccionario, so capa de antipriísmo, de liquidar al partido hegemónico, con premio adicional de ser grato al imperio vecino, recibir laureles de héroe democratizador y beneficios materiales sin cuento: Ernesto Zedillo cedió el poder al estulto personaje que disfrazaron de ranchero para que pidiera y obtuviera el “voto útil” de la izquierda que se conformó con las millonarias migajas del poder en subasta.

Más de una década de gobiernos ultraderechistas, sucesores, malos imitadores, peores ejecutores, de la tecnocracia cínica que se ganó el inconmensurable título de neoliberal, ni siquiera en oposición al neoconservadurismo del norte rico, del imperio vecino agobiado por los golpes y crisis resultantes del dogma del mercado que se regula a si mismo. Crece la pobreza y se concentra la riqueza en menos manos. Desempleo, hambre y desesperanza. Y la violencia bárbara que Hobbes predijo para los hombres envilecidos en la ausencia del Estado.

No han muerto las ideologías. Hay izquierda y derecha, perfectamente definidas por la realidad y en las palabras de hombres como Norberto Bobbio, el de Turín al que tanto debemos, a quien tanto debe la reforma del Estado y con quien están en deuda todos los que creen en la democracia como un medio y no como un fin. Y al que invocamos, confiados en que la utopía no es un lugar fijo, sino el sitio allá en el horizonte, hacia el que hay que ver siempre y caminar sin descanso hacia él, hacia el futuro, hacia la igualdad.

desigualdad

Cito de La Utopía trastocada de Norberto Bobbio:

“Ninguna de las ciudades descritas por los filósofos, ha sido propuesta jamás como un modelo que deba llevarse a la realidad…Los pobres y los olvidados todavía están condenados a vivir en un mundo de terribles injusticias, aplastados por magnates económicos inalcanzables y aparentemente inmutables de los cuales dependen casi siempre las autoridades políticas aun en países formalmente democráticos. En un mundo así, la idea de que se ha desperdiciado la esperanza de la revolución, de que ya no existe porque ha fracasado la utopía comunista, pretende cerrarnos los ojos para no ver. (…)

“La democracia, admitámoslo, ha superado el desafío del comunismo histórico pero ¿de qué medios e ideales dispone para enfrentar esos mismos problemas de los cuales surgiera el desafío comunista?

“En palabras del poeta: ‘ahora que ya no existen los bárbaros, ¿qué haremos sin ellos?”