A la mitad del foro: La cortina del odio


Donald Trump

León García Soler

Hay una obsesión apocalíptica en quienes escuchan los alaridos nazistas de Donald Trump y acuden de inmediato a la imagen de Winston Churchill, para refugiarse atrás del muro hiperbólico del histérico multimillonario que miente y multiplica los términos que envilecen no sólo a la demagógica discursiva sino al lenguaje mismo: La Cortina de Hierro del enigma envuelto en un misterio, como pesadilla de la tumba de Adolfo Hitler, al quedar atrás la noche de los cristales rotos y llegar la era de las post-verdades que desplazan a la realidad. Trágica farsa de los “reality shows” en los que Trump hacia el papel de Trump y decía la última palabra para humillar a los sentenciados al desempleo.

El mundo es el escenario del imperioso asalto al poder imperial y la tiranía de la mentira, en la que los hechos ceden ante los tartajeos de tweets en los que sobra espacio para el paupérrimo vocabulario del idiota que se adueñó de la Casa Blanca, y se hizo del poder en la penumbra del capitalismo acumulativo y las estafas como eficaz instrumento para multiplicar la insolente concentración de la riqueza en las sucias manos de una pequeña banda de oligarcas enseñoreados del planeta, con Donald Trump empuñando la supina ignorancia racista, xenófoba, neonazi.

Vulgar secuela del Reich de mil años que duró menos de diez y la locura de Adolfo Hitler. Y al que no le guste el fuste, que lo tire y… monte en pelo. Trump llama animales a los mexicanos y a todos los migrantes que llegan al otro lado del Muro interminable, que él dice ya empezó a construir con una inversión de más de mil millones de dólares. No es el primer escupitajo del racista, en el lenguaje nativista de la xenofobia que resurge vigorosamente al aumentar el ejército de desempleados, blancos, pobres, dispersos entre las ciudades desoladas y los vastos territorios rurales. Los de elegancia a tono con la plutocracia global, rechazan todo señalamiento que iguale la bestialidad y la demagogia del odio, gritada histéricamente por Hitler, con la terca emulación neonazi de Donald Trump. Allá ellos.

Winston Churchill

Llamar animal al otro, a cualquier individuo o colectividad de la especia humana, es condenarlos a la humillación y a la violencia física que sigue siempre a la del lenguaje del odio, del desprecio. Trump utiliza el lenguaje de Hitler, lo lanza como arma, como instrumento para la destrucción de los migrantes, latinos, morenos, mulatos, negros, indígenas del hemisferio en el que se produjo el encuentro de dos mundos. Encuentro violento del que surgió el nuevo mundo que acogería a los migrantes de Europa, el Oriente Medio, Asia; y el de los que llegaron en cadenas del África. Migrantes como los Drumpf que cambiarían su nombre por el más sonoro Trump; migrantes como los irlandeses, italianos y judíos que llegarían en busca de la libertad y fueron recibidos por racistas marcados con el signo criminal que hoy marca a Donald Trump y mancha a los librepensadores que acogieron a los refugiados, fugitivos del absolutismo y totalitarismo; así como a los que integraron las fuerzas de laborales, manuales y de la mente, que hicieron posible la búsqueda de la equidad y el reconocimiento de la unidad en la multiplicidad.

El imperio racista de Trump durará menos tiempo que el Reich de mil años de Hitler. El Muro de los billones se desmoronará bajo el paso incontenible de los hombres en marcha, del peregrinar portentoso cuyos efectos pueden verse, paradójicamente, con toda claridad en los Estados Unidos de América que hoy padece la dictadura de la estulticia, de la avaricia y del odio.

En México vivimos momentos trágicos, de violencia desatada, muertes y desapariciones que han hecho de la Suave Patria una amarga extensión de tumbas colectivas. Y estamos, además ante el abismo, al borde del desplome del Estado moderno producto de la Revolución Mexicana. Sí, cuentistas de lo que insisten llamar “la Historia oficial”, los mexicanos hicimos una Revolución, una norma constitucional que añadió los derechos sociales a los del individuo, hizo posible la distribución de la tierra y estableció los derechos de huelga de obreros y trabajadores en general. Una República Federal, Democrática y Laica. El vuelco finisecular precipitó la demolición de nuestras instituciones. El imperio del capitalismo sinónimo de la democracia nos impuso la austeridad como sinónimo del desarrollo; y el no haber concluido la reforma política con un cambio de régimen, nos dejó a la deriva, ante la ausencia del Estado que buscaba nuestra extrema derecha. Convertida en ausencia de gobierno, en la violencia criminal, la corrupción y la impunidad en el sangriento carnaval del desprecio a los políticos, a la política; en la marcha de sonámbulos rumbo al vacío, al Cañón del Sumidero del tercer milenio.

Adolfo Hitler

Pero además de los bandidos, nos quedan todavía instituciones capaces de sostener la convicción republicana, con y sin al auxilio espiritual y costo moral de rechazar la separación Estado-Iglesia. Y capaces de enfrentar la agresión bestial del llamado de Trump al odio contra los migrantes, los mexicanos y muchos más, convertidos en mala copia de los seres infrahumanos del lenguaje de Hitler; el de los üntermenschen, impuesto a los eslavos, a los gitanos, a los judíos, a todos los hombres de la otredad. Enrique Peña Nieto tiene la obligación de demandar no tan sólo la aclaración diplomática de Washington, sino una disculpa del sátrapa de la Torre Trump y el Muro imaginario.

Falta muy poco para las elecciones presidenciales y sobra tiempo para restaurar la dignidad de la República nuestra, la de Juárez, la de Lázaro Cárdenas y la de las multitudes que combatieron y derramaron su sangre, no en busca de riquezas y poderíos caciquiles y bandoleros, sino de soberanía, libertad y una vida digna en casa y en el ancho y ajeno mundo de la globalidad. Hay tiempo para exigir y esperar que el señor Trump se disculpe con los migrantes, con los mexicanos ante todo. Y antes de que a él lo sometan al impeachment que es la última llamada para Los Estados Unidos de Abraham Lincoln, de Jefferson, Hamilton, Madison, Paine y Martin Luther King.