A la mitad del foro: Alud de votos


Andrés Manuel López Obrador. Agradece

León García Soler

Ni tiempo hubo para que se asustarán los de mero arriba. Y en lo que fuera un sistema plural de partidos estos quedaron dispersos con la ideologías declaradas muertas, los cadáveres en el vasto territorio nacional convertido en cementerio y migraciones sin rumbo. Ni el lenguaje se salva cuando un alud de votos arrasa con las clases apiñadas en los controles del poder económico y el político vacío de ideas, atento al servicio de la soñada oligarquía, ajeno al arte de lo real y lo posible.

Ganó AMLO. Ganó el Peje. Ganó la terca decisión de perseguir el poder impulsado por la obsesión de trascender y asumir el mando del movimiento de la Historia, con la desaforada ambición de encabezar “la cuarta transformación”. Ganó el movimiento con nombre de Morena y generaciones de mexicanos hartos de la desigualdad social, el desempleo y la locura de quienes aseguran que la austeridad es progreso y la estabilidad ha de ser eje inmóvil del desarrollo. Los largos años del mal llamado neoliberalismo acumularon la riqueza entre unos cuantos de los de mero arriba; el uno por ciento. dicen, de una población de más de ciento veinte millones, con la clase media proletarizada y los de abajo atrapados en la pobreza, en la miseria de salarios que no alcanzan para pagar tres comidas: despertar con hambre y dormirse con hambre.

La lógica apuntaba hacia la derrota de esa locura y de los adoradores del becerro de oro, felices con la democracia como sinónimo de capitalismo. sobre todo, por el envilecimiento de la clase política, multiplicada al son  del vuelco finisecular que trajo consigo el sufragio efectivo, una sólida división de poderes y un federalismo ficticio en el que los gobernadores, dueños de poder real en territorio real modernizaron los cacicazgos y saquearon el erario nacional. Hubo más. El primer milagro de la democracia del tercer milenio se expresó en la frivolidad y la incontinencia verbal de Vicente Fox: De todo hubo, menos el cambio de régimen que demandaban los funerales del priato tardío y el cesarismo sexenal.

Rápido se acabó el sueño. La docena trágica de la derecho. Mocha alcanzó el sueño de las ideologías muertas y se aplicó en una pésima imitación del “autoritarismo” que combatieron líricamente durante décadas de su monopolio de la oposición. De la legalizada, digamos; de las que tenían registro antes del fin de siglo y el acceso al botín financiero del poder. Peor todavía, dejaron al país en la locura de “la guerra contra el crimen organizado”. Y abrieron la puerta al retorno del PRI, no sólo echado de Los Pinos, sino ya convertido en partido que dejó de ser de masas para apoyar a la derecha del capitalismo financiero. El resto es cuento para entretener el ocio de los culteranos integrantes de la clase parlanchina, “the chattering class”, dicen los del mundo globalizado.

Y en ese lapso de violencia desatada y saqueo, de impunidad como armadura y lema en el poder, político, del económico y del criminal que llenó el vacío de gobierno, que capitalizó el abandono del Estado, despreciado por la comunión del dinero y el fuero político, inició su largo peregrinar Andrés Manuel López Obrador. El primero de julio entró a la Ciudad amurallada y desde el Zócalo al que le habían negado acceso sus antiguos aliados del PRD y las izquierdas despistadas que se habían unido en torno a la visión de Cuauhtémoc Cárdenas, del hijo del Tata, predicó el evangelio de la cuarta transformación y supo cambiar el tono de opositor por el de conductor por mandato incontestable del alud de votos.

Gran actividad en las casillas

Las multitudes que corrieron al lado de su automóvil hasta llegar al Zócalo eran de mexicanos del común, entusiasmados y convencidos de haber logrado la victoria. No eran como los que quitaron los caballos para tirar ellos mismos del carruaje en que viajaba López de Santa Anna; los mismos que años después desenterrarían la pierna del héroe inmortal de Cempoala para arrastrarla por el lodo en la misma plaza de la capital. En esta ocasión no había necesidad de un sargento Pío Marcha que gritara: “¡Viva Agustín I!”. Eso queda para que vuelva lo que quedara del PAN al Ángel de la Independencia los 15 de septiembre. Los del entusiasmo por el triunfo de López Obrador eran portadores de alegría y esperanzas; y por eso, conscientes de que el tabasqueño tiene que cumplir lo prometido y comprometido en su larga marcha.

La mayoría manda en la democracia electoral. A favor de López Obrador votaron más del 53% de los sesenta y tantos millones de electores registrados que acudieron a las casillas en las que aproximadamente un millón y cuarto de ciudadanos integraron las mesas de funcionarios a cargo de la votación y el recuento de los sufragios depositados en las urnas de ciento cincuenta y tantas casillas instaladas en el territorio nacional. AMLO no fue el único ganador. Ganaron los ciudadanos que recibieron y contaron los votos de la elección más numerosa de la historia contemporánea; ganó la confianza recuperada por el INE. Por ahora pero de inmediato, saberse representados porque funciona y es digno de confianza el sistema electoral y sus instituciones. Ganamos los mexicanos al rechazar la desesperanza. Ganó México.

Vicente Fox Quesada

Entramos al largo interregno de la declaratoria de Presidente Electo y la toma posesión y protesta del titular del Poder Ejecutivo. Tiempo para reconocer que el alud de votos arrasó y enterró para siempre al sistema plural de partidos que instituyéramos durante la transición en presente continuo. Y que desaparecieron los tres partidos que de veras o simuladamente representaban a la derecha, a la izquierda y al centro del pensamiento político. Que Andrés Manuel López Obrador ha de navegar entre Scila y Caribdis; atender a las fuerzas de poder real y a los desposeídos de todo poder; atender de inmediato a la recuperación de las instituciones demolidas por el imperio interior del capitalismo financiero; y definir abiertamente cuáles han de quedar en ruinas y cuáles habrían de sustituirlas, no únicamente por decisión de la mayoría, que es ya suya y lo será largos años, sino por convicción ideológica y respeto a la voluntad de esa mayoría empobrecida que lo ha recibido como un salvador.

Se acabó o tiene que darse por terminada la narrativa del gobernante taumaturgo, para definir el cómo y con qué ha de combatirse la corrupción, entre otros graves males de la nación. Va a parecer corto el tiempo para ajustes y reajustes en el gabinete legal prematuramente designado. Afortunadamente parece haber quedado atrás el cambio de Olga Sánchez Cordero, secretaria de Gobernación, filtrado por algún anónimo cortesano. Pero en la secretaría de Relaciones Exteriores anunció ya el que nombra y remueve libremente el cambio de Héctor Vasconcelos por el nuevo Canciller, Marcelo Ebrard. Y se anuncia simultáneamente que vendrá a la toma de posesión Donald Trump Y “algunos otros jefes de estado”.

Y los empresarios del Consejo y la Patronal se pusieron ya el escapulario de paz y amor, en el abrazo y declaración de unidad en el esfuerzo del cambio que dará paso a “la cuarta transformación” de nuestra Historia Patria. Extraños compañeros de lecho hace la política, dicen los británicos. Pero en la victoria abrumadora de AMLO hay que repasar con cuidado los tiempos y héroes de cada una de las tres primeras, que no fueron ni podrían haber sido pacíficas como la anunciada ahora. En la lista de antecesores en la lucha que hizo posible “la cuarta transformación”, aparece Francisco I Madero y ahí se acaba la Revolución; no se incluye a Lázaro Cárdenas del Río, el de la revolución obrera, agraria y la nacionalización petrolera. Después se incluirá al hijo del Tata, y eso hasta que llegó Cuauhtémoc Cárdenas a felicitar al triunfador. Y AMLO incluye destacadamente al doctor Salvador Nava, profeta de la democracia por decreto de Carlos Salinas de Gortari y a Manuel Clouthier, el impetuoso líder del panismo redivivo, ambos en extraña convivencia con Valentín Campa, Otón Salazar, y Rafael Galván.

Es tiempo de celebrar el alud de votos que nos trajo la democracia electoral. Y de confiar en que la unidad no será unanimidad sino obediencia al mandato, con el mismo alarde de sentido común con el que Andrés Manuel López Obrador, reconoció el respeto del Presidente Enrique Peña al proceso y a la voluntad ciudadana, así como el gesto de José Antonio Meade, quien no dejó correr absurdamente el tiempo y reconoció públicamente que había perdido, que el ganador era López Obrador, a quien deseo la mejor de las suertes, “por el bien de México”.